Mesas de novela histórica sin novela pero con mucha historia


De vez en cuando me invitan a una mesa redonda. Invariable y lógicamente, se trata de mesas redondas para hablar de novela histórica; así, en general, o sobre algún tema particular del género. He estado en mesas divertidísimas y en otras soporíferas. Mesas con participación del público y mesas casi unipersonales. Mesas con debate fluido y mesas boicoteadas por «anticonferenciantes» (la expresión me la descubrió hace poco Concha Perea, y viene a designar al asistente que, sentado entre el público y tal vez frustrado por no hallarse en la mesa, aprovecha el turno de preguntas para dar su propia charla de veinte minutos y, por qué no, recomendar su última novela). Bien, no es que mi experiencia sea bestial, pero ya tengo referencias para hablar de algo que me llama la atención y que seguidamente desgrano.

Vaya por delante que también he acudido como público a mesas redondas de género, tanto de histórica como de otros tipos de novela. Por poner un ejemplo, he visto mesas de novela negra en las que se hablaba de los personajes, de las tramas de corrupción, de la evolución del género… Vamos, lo normal. Supongo (o sé) que en mesas sobre fantasía, ciencia ficción, romántica o lo que sea, los temas también suelen rondar en torno a lo literario, a su relación con la realidad o con otras artes, a las últimas tendencias, etc. Sin embargo, en las mesas de novela histórica hay que tener mucho cuidado porque, si te descuidas, los componentes pasan a ser ponentes y se dedican a dar charlas históricas. Me explico: si un tipo ha escrito recientemente una novela sobre Gengis Kan, es más que probable que en su charla nos explique los pormenores geopolíticos del imperio mongol, cuáles fueron los factores económicos de su triunfo y de su caída, cómo se produjo su avance militar, qué restos arqueológicos nos hablan o callan sobre él o cuáles son las fuentes que lo describen con más fiabilidad. 

 
No es que a mí me moleste esto. Me gusta la historia, vamos, y soy capaz de aguantar según qué chapas —aunque, ya puestos, preferiría que me las diera un historiador de verdad—. En fin, asumo que el público tal vez no esté por la labor. Si yo no fuera lector de novela histórica y acudiera como público a cualquiera de estas mesas para dejarme convencer, lo más probable es que a la salida me comprara un volumen de poesía.

Ojo: no considero que se deba dejar de lado la historia. Sirve para enmarcar la trama y puede servir para enmarcar la mesa o para mostrar anécdotas suculentas y dramáticas. Pero lo cierto es que muchos autores de novela histórica se dejan llevar por un solo componente del género. Y creo que eso no es positivo, porque una de las luchas constantes de la novela histórica se libra por su dignificación como género LITERARIO.

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