Leamos al-Ándalus



Hace casi un par de años participé en las primeras Jornadas de Novela Histórica de Granada. Las jornadas, que encaran ya su cuarta edición, se desarrollan alrededor de temas centrales, y en aquella inauguración le tocó el turno a al-Ándalus. Me viene a la cabeza la intervención de uno de los ponentes en una mesa redonda que trataba de la relación entre Granada y la novela histórica andalusí. El hombre, granadino, arrancó su intervención con una especie de reproche hacia el tema principal: que estaba ya un poco cansado de al-Ándalus, decía. Que Granada era mucho más que eso. Supongo que resulta inevitable que lo andalusí invada todos los rincones en el que fue el último baluarte de aquel largo y rico periodo de nuestra historia. Puedo incluso llegar a comprender el hartazgo del ponente, pero en este caso tengo la ventaja (que constituye desgracia en casi todos los demás casos) de no ser granadino. Y por eso afirmo que todavía queda mucho que hablar sobre al-Ándalus.

Alcazaba de Málaga



También me viene a la cabeza mi época de estudiante. Y el interminable tocho de Historia del Derecho Español. Incluso algunos conceptos de derecho prerromano, o las particularidades del derecho germánico que nos trajeron los godos. El altomedieval, la recepción del derecho común… El derecho romano contaba con una asignatura ad hoc. O varias según el plan de estudios. Pero lo que más recuerdo fue el momento en el que llegué al derecho musulmán y, tras hojear las tres o cuatro páginas del manual dedicadas al tema, lo dejé estar. No en vano el rumor común era que jamás había caído ese sistema jurídico en convocatoria alguna. Así pues, lo normal era pasarlo por alto. Como si no hubiera existido.



Pero existió. Al-Ándalus pasó de verdad. Nos pasó a todos, y es algo más que tres o cuatro vagos conceptos acerca de la pobre Florinda, Medina Azahara, la Alhambra y el mudejarismo. Son siglos que determinaron en gran medida lo que hoy somos y que consituyen una singularidad en nuestro entorno geopolítico. En cierta ocasión, hablando con amigos sevillanos, me lamentaba yo de que mi ciudad, Valencia, renegara de su pasado andalusí mientras que en otros lugares, como la propia Sevilla, ese pasado reluce casi tanto como el sol del que goza. Y lo curioso —les decía yo a estos amigos— es que, en tiempo efectivo y si nos ponemos puristas, Valencia fue andalusí más tiempo que Sevilla.

Afortunadamente, aquí están las novelas históricas andalusíes, que se han convertido en vehículo impropio de ese conocimiento. Impropio, digo, porque la novela no debería encargarse de enseñar Historia. Pero es lo que hay, y no está mal aprovecharlo. Con un poco de suerte, el cine y la televisión seguirán la estela y aprovecharán el camino que ha abierto la serie Isabel para visitar, entre otros, el periodo andalusí. Método también impropio, pero repito: es lo que hay. No es de recibo que los fanáticos del Estado Islámico reivindiquen nuestro pasado más que nosotros mismos, ¿verdad?



Pues a disfrutar de la ficción para apreciar nuestra historia.


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